Pereda y Asturias. Con ocasión de un centenario

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La Nueva España (29/06/2006)

Jerónimo de la hoz

Conmemoramos este año el centenario del fallecimiento de José María de Pereda Sánchez de Porrúa, (Polanco, 1833 – Santander, 1906) novelista cántabro, genial pintor de ambientes marineros y de la montaña cantábrica. Escritor realista y regionalista, tan cercano por su temática a lo asturiano -muchas escenas peredianas podrían ser tan montañesas como asturianas-, sin embargo, paradójicamente, en Asturias existe un cierto desconocimiento de su obra. En la descripción de la vida campesina que realiza en El sabor de la Tierruca podría perfectamente estar representando cualquier aldea preindustrial asturiana, ambientes que hoy casi no reconocemos como propios, dado el tópico de la Asturias minera que ha barrido de la mente colectiva astur otras percepciones del pasado. Hay otros ejemplos, como la narración, en Sotileza, de la histórica galerna del sábado de Gloria, fácilmente localizable en cualquier puerto del Cantábrico y, de hecho, Gijón sufrió otra trágica galerna al poco tiempo. Igualmente, Nubes de estío recrea y critica algunos aspectos del veraneo de la aristocracia mercantil, situaciones similares a las de otras ciudades norteñas de fines de siglo. En cuanto a la descripción de la caza del oso, en un capítulo de Peñas Arriba, ¡es tan asturiana!, como las escenas de romerías o la temática de los indianos.

Sin embargo, su conocimiento de las Asturias de Oviedo fue tardío, a pesar del tan llanisco Porrúa, apellido de su madre, que, por cierto, pasó de niña una temporada interna en Oviedo (un Porrúa, alumno universitario de Clarín es recomendado por Pereda). En el prólogo al libro Por la Montaña (1896), de Pérez Nieva, compara ambas regiones, afirmando que «la Montaña es más guapa que Asturias porque tiene por singular privilegio de Dios sobre cuantas tierras conozco yo de España, y las conozco todas, los valles, esas planicies verdes remendadas de colores de otros tantos cultivos y tan a nivel como una mesa de billar, con el río de sosegado curso, entre dos orillas de rozagante vegetación, y, por fondo mas lejano, la cordillera de altos montes, en cuyas faldas se desparraman aldehuelas, que los animan y decoran… En Asturias falta la llanura y en la llanura el río festoneando y las aldeas. Tiene valles a su modo; valles, que si vale la comparación, son a los de la Montaña lo que una mar ampollada a un lago tranquilo».
Pereda había viajado a Asturias en la primavera de 1885, siendo recibido por Clarín en Oviedo. No se conocían personalmente, aunque se carteaban desde el año anterior, como ha estudiado el profesor Gamallo Fierros. Le enseña su ciudad y la comarca, presentándole al mundo universitario e intelectual. Regresaba Pereda de un viaje con su gran amigo Galdós a Portugal y Galicia, donde en Lugo hicieron una obligada parada para saludar a Gumersindo Laverde y para entregarle un discurso parlamentario del amigo común Menéndez Pelayo, dos astur-montañeses que colaboraron en editar la fallida «Revista Cántabro-Asturiana», (en la que colabora Pereda), que en su prólogo decía significativamente «rota la ilógica división que á los montañeses nos liga á Castilla, sin que seamos, ni nadie nos llame, castellanos, podrá la extensa y riquísima zona cántabro-asturiana formar una entidad tan una y enérgica como la de Cataluña…».

Al llegar a León, Galdós se encaminó a Madrid, tomando Pereda la línea de Asturias por el grandioso Pajares. Su visita a Oviedo, Gijón, Avilés y otras villas le dejó una grata impresión, así como el carácter de los asturianos, según narra en carta a Gumersindo Laverde:

«La gente asturiana me trató mucho mejor de lo que yo merezco. En Oviedo, el claustro universitario entero y verdadero tuvo conmigo atenciones y cariñosas deferencias que no olvidaré jamás; don Másimo y los demás canónigos me trataron en Covadonga a cuerpo de rey; y con todo esto y la belleza del país, hice propósito de volver a Asturias más despacio […] ¡cuánto contaría a usted con tiempo y humor para ello y, sobre todo, del carácter alegre y hospitalario de los nobilísimos asturianos!.»

Ricardo Gullón en su Biografía de Pereda, recoge otros detalles como los del banquete, «en la fonda de Moteola, con brindis de Clarín, Estrada, Barrio y Mier, Canella y Aramburu, así como el homenaje espontáneo que el pueblo ovetense, que celebraba el Martes del bollu en el Campo San Francisco le hizo al reconocerle y el recital de poesías bables que en su honor improvisó nuestro Teodoro Cuesta». Todo ello, del seguro agrado de Pereda, que, como costumbrista y carlista, defendía las tradiciones y la existencia de un sano regionalismo. Hay que recordar que fue muy apreciado por los literatos catalanes (Oller, Verdaguer, etcétera), siendo invitado protagonista en los «Jocs Florals» de Barcelona, con discurso en catalán incluido.

Las comunicaciones jugaban en contra de estos encuentros personales que, en cualquier caso, solían realizarse en la capital. Pereda mantuvo el contacto epistolar con Palacio Valdés y con Clarín, que, como crítico de la obra perediana desde sus primeras novelas (algo duro en su crítica con El buey suelto, como recuerda José María de Cossío), acertó con su temprana frase, de 1878, «sabrá siempre describir mejor que narrar». Dedicó Clarín, en 1884, una buena crítica a su Pedro Sánchez, motivo del inicio de amistad y correspondencia entre ambos, dado que Pereda se lo agradeció de corazón, en carta de 2 de febrero de 1884. Clarín contesta comunicándole que está escribiendo La Regenta, en la cual un personaje importante, Fermín de Pas, es reflejo de un montañés, el por entonces magistral de la Catedral, luego cardenal, Cos y Macho (precisamente quien impondría la medalla de académico de la Lengua a Pereda años después). La Regenta, a pesar de ciertas polémicas, fue elogiada por Pereda, como recoge Clarín en carta a Galdós, expresándole su satisfacción «con lo que me han dicho de La Regenta, Pereda, Campoamor, Menéndez Pelayo, Armando [Palacio Valdés]…».

El modo de ver el campo de Pereda tiene buenas coincidencias con la visión de Palacio Valdés que, en 1903, publicará su reconocida novela La aldea perdida, con un medio rural idealizado enfrentado con la naciente minería que lo viene a perturbar. Palacio Valdés rememoraba sus paseos madrileños en compañía de Pereda y Galdós y su visita a Santander, en la que el gran anfitrión Pereda lo llevó a visitar a Menéndez Pelayo en su biblioteca. Recordaría posteriormente cómo Pereda «marchaba por la vida viendo el aspecto cómico de los hombres», pero alegre y sin ser sarcástico. Será el propio Palacio Valdés quien precisamente ocupe el sillón vacante en la Academia de la Lengua a la muerte de Pereda, en 1906, recordando muchas de sus vivencias en su discurso de recepción. Clarín ya había fallecido años antes. Creo que Asturias es deudora de este breve recuerdo hacia uno de los novelistas españoles mas reconocidos del siglo XIX.

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